miércoles, 20 de enero de 2016

El prólogo de Luis Santi para leer "Sin Descanso en Buenos Aires"

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¿Quién que aún no lo haya consumado, no ha querido viajar a Buenos Aires? Esa especie de Meca nuestra del Sur, existente, presente en sueños, en frases, en libros; habitante de nuestra imaginación. Poblada de referencias circulares, bifurcadas, que se encuentran luego del tránsito obligatorio por senderos de terror, de música, de temblores, y se vuelven a difuminar, como en un delirio.

Buenos Aires se ve, al decir de Cerati el entrañable, tan susceptible. Y nosotros, entregados a ella desde la distancia, no somos menos caraqueños ―o madrileños o habaneros― por eso, ni ella deja de ser la jeva, ¿o mina? que siempre nos alienta a tirarnos el lance. Igualmente, por aquí han recalado porteños que, luego de dejar su impronta, han partido en vuelo definitivo a instalarse en la memoria de las gentes de todo el mundo.

Quizá nosotros para ellos somos ese Caribe anhelado, atrapado en un eufemismo y hasta un cliché, a veces apasionante e indescifrable para las almas humeantes y dolidas. Somos política efervescente, contradicciones, intensidad, amenaza a la vida mullida, caos, sol, calor, caderas de hembra imposibles de hallar en un cigarrillo y una melena platinada, distante y solitaria, que avanza a grandes trancos vaporosos por cualquiera de esos lugares míticos: La Boca, Caminito, Recoleta, Plaza de Mayo.

Vincent Corso, y su compañera arquetípica, van al hallazgo de esa pasión postergada por mucho tiempo, a desenrollar lo que estaba guardado en el pergamino personal. Desde la figura ambivalente de Faustino Sarmiento y su infame racismo hasta Jim Morrison y los caminos del exceso, viajando de Gardel a los Kirchner, y pasando por Maradona, aterrizan en el Borges más escurridizo; uno que da pie a nuevas conjeturas sobre su verdadero paso por este mundo, si es que no era un extraterrestre que vivió sólo dentro de sus cuentos, novelas y demás travesuras escriturales.


Conversando con amigos y con el propio Vincent, coincidimos y “descoincidimos” en las búsquedas que se intentan ―y logran― en el largo itinerario de una estadía nutrida y agitada ―aunque no ardua― producto de varios días en la ciudad de la furia. Que si la crónica como método periodístico, y ser conciente de Montevideo, sentada al frente de una playa de río lleno de desaparecidos a la fuerza. Y discurrir sobre si ésta o aquella ciudad definen la narrativa más honda de América del Sur.

Literatura ecléctica, poblada de amenidad y “ganchos”, de paseos intimistas por la reflexión y las corazonadas dolorosas sobre nosotros mismos―desazón que embarga a todo buen texto―, contiene esta obra también las continuas referencias-obsesiones por las plumas rockeras, las citas de filosofía y política, las intervenciones acuciosas y atormentadas del desarraigo y la lucha declarada, abierta y ahora librada sin tregua contra la tesis del fin de la historia desde aquí, la tierra de la utopía del Moro.

Un temor se descorre ―o lucubra, desvelado― desde las travesías de la ciudad del Bajo: ¿por qué Buenos Aires desde Caracas? Y se aventura en respuesta: ¿no será la palabra de estas relaciones una carta dirigida por el autor a sí mismo, una forma audaz y acertada de encontrarnos en el Hispanoamericanismo de Bolívar, en tiempos inmediatos pos Chávez donde efervesce aún el ideario y acción, latiendo fuerte, de nuestro último gran héroe?

Podría ser asimismo, que solamente, alejándonos un tanto de nuestro centro, sea que podamos definir los contornos de los que somos, así finalmente, sin la ambigüedad y la pereza remanentes de la inmediatez y el sálvese quién pueda.

Nadie puede decir de su propia época que ella sea motivo de añoranza o conclusión irrefutable. Episodios que pinchan se mezclan en la experiencia inmediata con la euforia vital y la acción sin pausa de la vida, ese ejercicio que sí: nos ultima, nos concreta, nos moldea, nos enamora y nos tortura, para mostrarnos a los demás por una brecha abierta en la máscara. Pero sólo luego de años, solemos decir, “aquella vez… aquella vez fui feliz. Fui. En esta, con franqueza, no sé. Porque sencillamente estoy viviendo”.

Pertinente entonces la bocanada de Vincent, lejos de casa, en un tren que va y no se sabe si vuelve, en una habitación de hotel siempre febril, mirando misterios que se desvelan o se comprimen aún más sobre una quilmes, en la mesa de una tanguería, tomando vino como si la vida se fuera en ello, en una pulpería de libros, con sed de letras y revelaciones, en una plaza, entre el activismo ya proverbial del Sur, viendo el alma argentina según su referencia venezolana y quedando aún más encantado que la primera vez, aquella de las páginas repletas de cronopios, los discos y el ideal.

Una cualidad sobresale del texto que se viene de inmediato, al caer estas palabras: mantiene una forma constante, sin ser monótona, recurriendo a dosis entremezcladas de los variados géneros literarios, afines o no, para provocar dentro de la densidad del empaque un también uniforme deseo del lector por seguir horadando en esa otrora llamada París de América. Sus mismos presagios, iguales prejuicios y ―desesperadas― esperanzas están allí, en la universalidad que propone el escritor.

Entonces, por ahí va el cuento hilvanado, el diario de viaje, lo autobiográfico, la literatura erótica, el ensayo sociocultural, el texto crítico y reflexivo que se combina con la lírica y el verbo musical, rockero, tanguero, milonguero y salsero. A medida que nos adentramos en el material, su abordaje se torna cada vez más argentino, con toques de bonaerense y hasta de lunfardo. Pero esa licencia o cabriola no nos llega a chocar, pues trasluce honestidad y no antojo; de alguna forma emulando esa adopción de vocablos, tan natural en nosotros cuando nos ausentamos de nuestro valle y nos vemos en un espejo presenciando otro lugar.
Recurso válido y oportuno, nos lleva por un desdoblamiento mesurado, mismo que experimentaremos en cada esquina al encontrar una mínima frase hecha nuestra, de alguna canción ya pasada al archivo de otra época, adolescente o de temprana adultez, y volver a ver allí el significado en ese significante poético, potencialmente múltiple.

Vincent no se ha quedado corto en este relato sobrio, lleno de guiños a la caraqueñidad, a la voluptuosidad, y la ingenuidad pícara, dispuesta siempre a maravillarse, del nacido ante el mar de los Caribes; de esa inagotable frescura que nos ha permitido proponer una salida alternativa al mundo que nos dinamitaban frente a la cara los acólitos de los sistemas neo-salvajes, sus perros de la guerra y la parentela entera de diablos.

Pero tal vez, en la nostalgia del regreso, dormitando en el avión que pisará Maiquetía, adivinaremos y sentiremos, adictos a la emoción igual que un despechado, la opresión inminente de la nostalgia que se sobrevendrá sin remedio al cronista con alma de poeta de vuelta a casa, con su desamor  y ―tal vez― demasiadas interrogantes dando vueltas sobre sí como zamuros con la vista puesta en un cadáver.
Melancolía y deseo por aquella ciudad dejada y ansiada, igual que una mujer inagotable que nos haya hecho presos definitivamente, marcando su alma y su piel en nosotros desde ese encuentro en que la leyéramos y amáramos por primera vez.

Luis Santi

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